domingo, 10 de agosto de 2008

El Espejo en que me Estoy Mirando.

Buenas noches, lector. Mi nombre es Alex. Como Alejandro, aunque soy una mujer.

Y tengo un amante de 19 años.

No es que yo lo busque, o que pensara siquiera en la posibilidad. Es que él me buscó.
¿Suena arrogante? ¿Autocondescendiente? Bueno, no es esa mi intención; y no escribo aquí para darme un perdón o justificar mi pecado, sino para explicar la belleza del sexo floreciente. De modo que, querido lector, te pido el favor de dejar a un lado tus principios de los que querré y necesitaré oir cuando, un día, te ruegue que me confieses. Ahora, por favor, sólo recibe una reflexión aislada.

Quiero, como decía hablar de la sexualidad neonata.

La inexperiencia lo hace sensible. No solo en lo sentimental, (en lo que es obvio aún su delicadeza) sino en lo físico. Aún no se ha insensibilizado, o no se ha saturado todavía su piel y cada caricia lo hace estremecer al borde de la risa. No controla sus sensaciones y reacciones y el corazón se le acelera sin un ritmo concreto con ponerle un dedo encima. Para mí es divertido. Pero, entiéndeme, no divertido en el frío sentido de la palabra, no como un muñeco inanimado o un juguete; más bien como un cuadro o una obra de arte a la que adorar y dejar que se empiece a añejar, a curtir su piel, adorándome a mí. A mí como a su particular diosa que disfruta del placer que le producen mis reacciones (un poco sobreactuadas sólo por ver qué pasa) cuando está sobre mí.

¿Cuál es el punto exacto que alcanzas (y en qué momento se produce) cuando te das cuenta de que puedes realmente tener un amante niño? En qué momento, es a lo que me refiero lector y quiero que pienses en ello, alcanzas la madurez (o estupidez) suficiente para ser capaz de considerarte a tí mismo como un pequeño dios al lado de un niño adorante?

Su belleza es aún pura, intacta, demasiado bella, demasiado inocente.

Viene a mí como el bello aprendiz callejero con su cabello negro ensortijado, como un Botticelli, que trata de ocultar unos ojos verde musgo que absorben fácilmente los colores que los rodean.
Viene a mí hablando lenguas extrañas y con la energía masiva y completamente aleatoria propia de su edad.
Pero su sonrisa carece por completo de malicia o picardía.

Me rio. Pero no me burlo, lector, es una risa sórdida, irónica (hasta algo triste probablemente). Viéndolo aquí dormir sobre mi lecho, supongo que el tener sexo con él es, en cierto modo, una forma de tratar de arrancar cierta maldad de esa mirada, de corromperlo...

Tratar de hacerlo menos puro. Menos bello. Más dañino.

1 comentario:

Gabok dijo...

Delicioso.

No hay otra palabra mejor para describirlo.